Aquí el arte no solo se siente, se ve, y los artistas,
más aún. Hablo del bar del Teatro Justo Rufino Garay, contiguo al parque Las
Palmas. Las combinaciones más estrafalarias de peinados y ropas armonizan
muy bien con la decoración del lugar: recortes de periódicos, fotos de viejas
presentaciones, vestuarios, y hasta los zapatos de Bob Patiño son los adornos
que sobre salen en las paredes. Las mesas están pintadas de todos los colores y
con fragmentos de poemas sobre ellas, las sillas parecen de escuelita,
grandes reflectores nos miran desde el techo.
Al ambiente de bohemia se suma la música andina y el son
nica con el que una banda anima la velada, tocan con pasión, con el alma en las
cuerdas. Es cuando ellos descansan que empieza el otro espectáculo,
dos clientes empiezan a acosar a la mesera, uno de ellos es un campesino
tosco, el otro un “chico bien”, los dos son unos misóginos, la mesera se
cansa y los manda a la calle “La mierda apesta igual sin importar donde la
caguen” les grita, todos aplaudimos, son los estudiantes de teatro que
acaban de montar una obra.
Cuando el hambre aprieta es hora de ordenar unas tajadas con queso
y dos ranchitas, el menú no es muy variado… tampoco es el mejor del mundo, y
las tajadas con queso eran más bien “olvidables”, pero al Justo Rufino no se
llega a comer, no es para eso que estábamos allí, bastaron con las cervezas
bien frías, 4 mini obras de teatro improvisado y las canciones en vivo que
todos nos sabíamos y que en un momento empezamos a corear.
Balance Financiero: Entrada C$ 30, cervezas C$ 25,
Tajadas con queso C$ 40.
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