Comer conchas vivas en Pasocaballos es una experiencia que va más
allá de lo gastronómico y trasciende hasta lo folklórico.
En la propia entrada a la playa están doña Luisa Rostrán y doña
Concepción Arteaga, que ironía, doña chonchita. Son primas y entre las dos
suman casi 30 años vendiendo conchas vivas, en el mismo ranchito donde siempre
han estado su mama y su abuela.
Acá todos somos familia – dice la Luisa – Esa
es mi mama, aquella mi abuela, esta es mi prima – dice señalando a la
Concepción con el dedo - vendemos aquí desde hace como 30 años.
Afanada, doña Concepción abre las conchas con una cabeza de hacha,
roída por el óxido, mientras continúo mi plática con la Luisa.
A veces nos vas bien - me dice la Luisa - vendemos
unos 20 cocteles cada una, pero ahorita esta malo, con costo 4.
Pedí mis conchas vivas "a
la virgen", que es una docena de conchas abiertas, con nada
más que todo su sabor y limón.
Desde el ranchito el mar no se ve, pero su brisa refrescante llega
con fuerza y el ruido de las olas pegando contra las piedras parece un arrullo.
Empezamos desde las 8 de la mañana – me dice la Luisa – y
nos vamos como a las 6 de la tarde. Mi mama viene desde las 5 de la mañana,
ella compra las conchas. Diario se compran.
Les dejo caer limón para ver como se mueven.
¡¡ Si no se retuercen me las regresan !! – Dice la Luisa soltando una carcajada.
Se comen de un bocado, llevando la concha a la boca y chupando su
contenido de un tirón, su textura es cartilaginosa y hasta se les escucha
crujir cuando se les muerde … pero solo cuando están frescas.
La Luisa ya no está
platicando conmigo, se fue con su mamá a hablar de la novela, y uno que otro
chisme. La vida aquí pasa sin prisa, de igual manera me como mis conchas,
disfrutando cada bocado con infinito placer.
Balance financiero: Una docena de conchas vivas C$ 50. Por cierto,
pueden comprar conchas vivas en los ranchones frente a la playa, pero allí
valen C$ 100 y las mandan a comprar donde la Luisa.
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