Las cafeterías son, en mi opinión, un lugar donde te alejas del
ajetreo de la vida cotidiana y te desconectas de todo, donde podes
disfrutar un buen café mientras te perdés en tus propios pensamientos,
creas nuevas ideas, o escribís artículos como este.
Esta cualidad de transportarte a un remanso de tranquilidad la
encontré en Café
La Folie, frente al club terraza, donde todos los
elementos que lo componen, espacios, iluminación, atención y calidad de
los platillos, se conjugaron para ofrecerme ese relax que tanto
estaba necesitando.
Decidí disfrutar de un cappuccino bajo la protección de un árbol
de Chaperno, que estaba curiosamente iluminado por unas lámparas botella
que creaban una atmosfera tan romántica en el que casí me sentí mal por
haber ido solo.
Mi cappuccino tenía las 2 cualidades que me gustan
más de un buen café, suave al paladar y al mismo tiempo vigorizante, con un
ligero toque acaramelado, consecuencia de ser endulzado con azúcar
morena. Como un café no es suficiente y dos son demasiados, ordené un latte y para acompañarlo unas brushetas
de mozzarella. Las brushetas estaban exquisitas, pan fresco
cubierto por tomate en trozos, mozarrella fresco rayado y un muy aromático
pesto, todo magistralmente unido con un ligero toque de vinagre balsámico.
Ingredientes que trabajaron de la mano para ofrecerme un bocadillo interesante,
cargado de sensaciones prestas a ser descubiertas en el paladar.
Del servicio puedo decir que es esmerado pero lento, no me
hicieron recomendaciones a pesar que el menú es muy amplio y variado,
ademas mi brusheta tardo 30 minutos en llegar a la mesa, y si bien es
cierto el pesto era recién hecho, la advertencia del tiempo de espera
no hubiese estado de más.
En Café La Folié encontré mi rinconcito de paz, donde trabajar
cómodamente y sin interrupciones, en un ambiente elegante y
relajado.
Balance financiero: un cappuccino, un latte y una brusheta de
mozarrella C$ 300.